Por una historia social del comunismo. Notas de aproximación

Manuel Bueno Lluch y Sergio Gálvez Biesca. [1]

 

No creo que la genética condicione la capacidad de sacrificio y de fuerza moral con la que los humanos respondemos a los desafíos históricos. Son esos desafíos los que nos construyen la musculatura para sobrevivirlos y darles una sanción que nos parezca positiva.
Manuel VÁZQUEZ MONTALBÁN, Nosotros los comunistas.

 

El escritor, el intelectual comunista, el camarada del PSUC, Manuel Vázquez Montalbán, escribiría el que es sin duda uno de los mejores relatos sobre las intimidades, proximidades y contornos de la militancia comunista en el prólogo a las valiosas memorias del histórico militante comunista Miguel Núñez –La revolución y el deseo–. Consideraba, en primer término, que quienes le precedieron fueron una “generación privilegiada”, apuntando no sin razón cómo “[c]ada promoción construye su musculatura épica según la magnitud del desafío…”.[2] El desafío no era otro que lo que el escritor definía como la razón democrática. Un fin en sí mismo lo suficientemente poderoso como para explicar cómo dos generaciones de comunistas lo dieron todo, incluso la vida, por lo que consideraron necesario y justo.
 
Por lo demás, Vázquez Montalbán encontraba en la trayectoria personal y política de Miguel la figura del militante comunista por antonomasia. Una figura repleta de interrogantes y de metáforas en torno a nuestro pasado común. De hecho en la España del franquismo hubo muchos Miguel Núñez. Son sus pequeñas historias, sus pequeñas batallas, sus pequeños esfuerzos los que, sumados en el tiempo, deslegitimarían políticamente al régimen.
 
[P]orque si algo aprendimos los que dedicamos buena parte de nuestro tiempo a militancias clandestinas era el valor de cada esfuerzo, dentro de un mosaico de esfuerzos, y que la historia la estábamos haciendo entre todos. Si bien estábamos dotados para descubrir las quiebras en la realidad y adquirir la conciencia de clase como una resultante lógica o como un hecho de consecuencia, en nuestra disposición al compromiso influyeron los ejemplos de combatientes sociales y políticos de la dimensión de… Marcelino Camacho, Sánchez Montero, Cazcarra, Narciso Julián, Moreno Mauricio, Joan Comorera, Lobato, Ángel Abad y miles más que sin nombres y apellidos tan iluminables perdieron y ganaron a la vez años de su vida en un combate que parecía desigual contra la dictadura y que sólo podía asumirse desde una nueva, extraña fe, concebida como virtud histórica y no como virtud teologal.[3]
Muy lentamente comenzamos a comprender el potencial –no sólo militante sino sobre todo humano– de aquellas dos generaciones de comunistas. Sus trasfondos son poliédricos y abarcan múltiples dimensiones. En primer lugar, porque el proyecto que construirían tras de sí devendría en central para la reconstrucción de la lógica democrática, que en aquel entonces encontraría en el sujeto de la clase obrera a su máximo valedor. «Las clases dominantes renuevan sus sabios dirigentes cada cinco años en las universidades, el proletariado necesitó cien años para encontrar sus propios códigos y sus intelectuales orgánicos», remarcaba de nuevo el escritor comunista para a continuación constatar como “[d]urante cuarenta años [el franquismo] estuvo en condiciones de cortar la cabeza a todas las vanguardias de España y no sólo a la de los poetas, sino también a la de la clase obrera, una difícil vanguardia forjada durante un siglo en el que se pasó del analfabetismo generalizado a la oratoria de Pasionaria o a los poemas de Miguel Hernández.”[4]
La regeneración de la llamada vanguardia de la historia en los tiempos sombríos del franquismo fue una tarea titánica. Y, sin embargo, su legado histórico caería en el olvido a una velocidad inaudita una vez aceptada la ruptura pactada que antecedió a la transición postfranquista. Por ahí, aquel patrimonio –no exclusivamente comunista, pues era común a toda la ciudadanía– se fue perdiendo en el tiempo y en el espacio. Todo ello con una consecuencia que tan sólo ahora comenzamos a calibrar en todas sus dimensiones: la de reafirmar la legitimidad del relato hegemónico y dominante de la transición que, con un claro sesgo de clase, ha arrojado al basurero de la historia los acontecimientos y hechos históricos centrales en nuestro devenir que protagonizaron cientos de miles de mujeres y hombres.
De allí salió el potencial de la Transición que ha sido mal explicado cuando se le reduce al empeño de un rey bueno y de unos conspiradores de sobremesa bien comidos, bien bebidos y bien intencionados. La Transición la hicieron inevitablemente los agentes sociales que combatieron al franquismo en las fábricas, en los colegios profesionales, en la Universidad, primero en las catacumbas, finalmente en las calles.[5]
Nos invitaba, por último, el autor de Nosotros los comunistas –una bella como real expresión metafórica de la militancia comunista cuyo título recogemos en este libro como homenaje a Manuel Vázquez Montalbán y también a nuestro amigo Miguel– a un reto al que los historiadores tenemos que enfrentarnos más pronto que tarde: explicar el verdadero significado del papel de los comunistas bajo el franquismo. Asunto en extremo complicado, pues –como en otros tantos casos relacionados con pasados traumáticos– muy probablemente nunca llegaremos a ser capaces de trasladar al relato de lo histórico ya no todas sus multiplicidades, sino todos sus significados y dimensiones:
Miguel Núñez y sus compañeros de resistencia implicaron su vida cotidiana en la Historia, su yo en el nosotros, su lucha modificadora en el conflicto de clases nacional, estatal o internacional. Ha sido, es y será determinante en ese conflicto la presión factual explícita o implícita de los partidos comunistas, de los de izquierda en general, pero también de movimientos sociales de amplio espectro, desde los sindicatos a las asociaciones de vecinos, pasando por toda la gama del asociacionismo del voluntariado crítico. Este esfuerzo ha significado una inversión de sacrificio humano difícil de medir, pero gigantesco cuantitativa y cualitativamente considerado, dispuestos los comunistas a pasar por la privación de libertad, la tortura, el exilio, la muerte, guiados por su finalidad de la revolución necesaria e inevitable, por esa religión del futuro de la pulsión romántica progresista, esa religión de futuro de la que hablaba Bloch como una propuesta de esperanza laica….[6]
Llegados aquí nos corresponde, por tanto, extraer la “proteína pura de la verdad histórica”[7] de la que hablara Vázquez Montalbán, y a ello están dedicadas las siguientes páginas.
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El presente libro pretende recuperar el papel de la militancia comunista en un sentido social y cultural, pero sin renunciar a su componente radicalmente material. Es decir, quiere resituarla no sólo en el campo estrictamente político u obrero sino en otras esferas de la vida, en donde la pertenencia a un nosotros jugó un rol elemental en una sociedad sometida a un fuerte control policial. De ahí la importancia de lo que Javier Tébar denominaría el recuerdo de los vencidos, y que en estas líneas cobra un protagonismo central.[8]
Se trata, qué duda cabe, de un campo de estudio tanto abierto a múltiples posibilidades como repleto de obstáculos. El punto nodal, indiscutiblemente, se encuentra en la lectura de los resultados que acompañaron a la transición a la vigente democracia de mercado. Pues como bien ha recordado el escritor Isaac Rosa, tenemos que ser conscientes de una vez por todas que, [u]na vez más, se cumple la vieja máxima que identifica a los vencedores como redactores de la historia. También la transición tiene versión oficial, relato escrito por los vencedores, pues tuvo vencedores y, por tanto, también vencidos, derrotados. Aunque ese mismo relato muestre el proceso como una victoria colectiva, en la que nadie fue derrotado, donde todos ganamos, lo cierto es que unos ganaron más que otros.[9]
En el caso de la memoria viva del comunismo en España los relatos en torno a esta fuerza política no sólo son contradictorios y antagónicos entre sí, sino que los traumas y las divisiones históricas que caracterizaron al PCE en aquel tiempo siguen estando demasiado presentes. A fin de cuentas no sólo se perdió la guerra civil, sino que tras protagonizar y hegemonizar la oposición antifranquista, el Partido en su conjunto pero muy especialmente sus militantes fueron testigos en primera persona de la progresiva destrucción del PCE en tan sólo unos pocos años. Conquistaron la democracia pero lejos quedaron sus aspiraciones y deseos de construir otra sociedad alternativa por la que tanto habían luchado. Tanto los costes de la legalización con el trágala de la bandera nacional por delante, pasando por la constatación del declive electoral en donde la hegemonía política antifranquista no se transformaría en votos, hasta la propia herencia que dejó tras de sí el carrillismo han pesado como una losa para afrontar una historia integral del comunismo con garantías.
No han faltado los elogios a la militancia desde diferentes tribunas. Ahora bien, esto no se ha traducido ya no en procesos de reconocimiento y reparación llegado el caso, sino en el más mínimo interés por descender en su estudio. He aquí el principal objetivo de este volumen colectivo que recoge las actas del que fue el II Congreso de Historia del PCE.
 
“El Partido” se convertiría en el sinónimo tras el que cualquier ciudadano y ciudadana durante la dictadura sabía que se hallaba el PCE. Lo que no era poco en aquellos no tan lejanos tiempos. En todo caso, bajo el rótulo de “el Partido” se ha difuminado sus rostros humanos. No se pretende llevar a cabo ningún tipo de elogio a la militancia ni ningún discurso triunfal sobre los y las comunistas. Es decir, no se pretende pasar de un extremo al otro y hacer de la figura del militante una categoría histórica tan pretenciosa como vacía de contenido. Pero sí se tiene por objeto radiografiar el capital humano con el que contó el partido del antifranquismo, que no empezaba ni terminaba en el dirigente o en el revolucionario profesional del que hablara en su día Lenin.
Pues precisamente bajo el también homogéneo concepto de la militancia comunista, del nosotros, se halla uno de los legados políticos, humanos e históricos centrales de nuestra contemporaneidad. No son pocos los argumentos, los hechos y los acontecimientos que fundamentan esta tesis. Fueron en gran medida los y las comunistas impulsados por la razón democrática los que construyeron las bases de una nueva cultura democrática, sin la que, a buen seguro, las conquistas políticas, sociales y económicas alcanzadas hubieran tenido cuando menos otro transcurrir. Fueron también ellos en la medida de sus posibilidades y fuerzas acumuladas, los que desde sus particulares vivencias, con sus ilusiones y fracasos, ayudaron a asentar aquello que hoy conocemos como la sociedad civil. Y fue gracias al incansable trabajo de no pocos comunistas, junto con otros tantos antifranquistas, como se consiguió visualizar la represión totalitaria y las contradicciones de clase del sistema franquista en los espacios públicos y privados, que siempre les estuvieron vetados y por los que fueron perseguidos, enjuiciados por el estado de no derecho del franquismo, encarcelados y llegado el caso ejecutados. Las matemáticas de la represión franquista no dejan lugar a dudas. Pero no sólo eso, ya que tras la militancia clandestina existe un amplio como desconocido conjunto de costes políticos, sociales y económicos cuya posible aritmética nos daría buena cuenta de la tenacidad y esfuerzo militante que implicó cada uno de los episodios que jalonan esta historia.
Esta otra historia del comunismo que aquí se esboza está compuesta por miles de nombres y apellidos. Pero la etiqueta de comunista que acompaña a la militancia es cuando menos matizable. No es ésta una cuestión baladí. Gracias a la posición hegemónica que alcanzaría el PCE, éste llegaría a aglutinar una numerosa militancia antifranquista antes que comunista, que con la clarificación del proceso político y electoral añadido a la desmovilización político-social de finales de los años setenta del siglo XX, más pronto o más tarde, o bien darían el paso hacia otras fuerzas políticas o simplemente abandonarían la militancia. No obstante, este capital humano resultó a la postre tan valioso como aquellos otros militantes que seguirían en el seno de la organización. Así, estos otros militantes del PCE no sólo fueron parte en el tiempo y en el espacio de un nosotros, cuya sola evocación hacía aflorar la pertenencia a una potente colectividad social clave para resistir y superar los momentos más duros de la clandestinidad, sino que forman parte del aquel ejército anónimo de trabajadores y de ciudadanos sin los que el PCE no habría alzando su posición política y sin los que hoy no estaríamos escribiendo estas mismas líneas.
Los comunistas, en suma, constituyeron una parte fundamental de la poblada minoría silenciada durante la dictadura. Todavía más. A la par que la reivindicación de su legado memorialístico e histórico cobra cada día más fuerza, se nos va apareciendo gradualmente la otra cara de la sociedad franquista. Desde la cómplice –por activa o pasiva– con el régimen, pasando por aquella mayoría silenciosa que, aunque contraria a la dictadura, fuera por temor y miedo o en otros casos por la búsqueda de una relativa comodidad vital, terminaron por constituir explícita o implícitamente la base social de apoyo que permitió sobrevivir al franquismo. De modo que si hoy estamos más cerca de conocer de la historia de aquellos que, guiados por la razón democrática, protagonizaron el fin del franquismo y parte de la transición posfranquista, todavía queda un largo trecho para llegar a saber quiénes fueron sus denunciantes anónimos, sus perseguidores, sus torturadores, sus carceleros, sus verdugos, en suma, sus enemigos. Y probablemente, hasta que esta otra parte de la historia no se complete y se conozca, no llegaremos a entender la dimensión histórica que alcanzaron las actuaciones de la militancia comunista, y con ella, del Partido Comunista de España.
1. EL PCE Y LAS VICISITUDES EN TORNO A SU HISTORIA
En 1980 la Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM) coincidiendo con el 60º aniversario de la formación del Partido Comunista de España, daba por finiquitada la vieja historia oficial del Partido.[10] Todo un paso adelante, que dejaba atrás décadas en donde los considerados auto-historiógrafos del partido no sólo habían querido ser la vanguardia de la historia, sino a su vez su relator y censor.
Desde aquel momento, de la mano de la Sección de Historia de la FIM no han dejado de sucederse congresos, seminarios, proyectos de investigación… en esta dirección. Todo ello bajo dos criterios científicos: primero, las líneas de investigación en torno a historia del PCE debían vincularse a una actividad “si bien no necesariamente académica” al menos relacionada con el mundo profesional de la historia y de las ciencias sociales más cercanas. En segundo término, si se quería superar las reminiscencias de un pasado cercano, por fuerza se tenía que contar con la colaboración de los mejores especialistas en cada una de las etapas y vertientes de esta singular historia, independientemente de su adscripción ideológica y partidista. Por su parte, la FIM en línea con el afán por recuperar su propia historia, abriría a los investigadores y a los ciudadanos el Archivo Histórico del PCE, centro de referencia nacional e internacional para el estudio y la investigación de la memoria e historia democrática del país.
No obstante, la metamorfosis del panorama internacional y nacional en las tres últimas décadas, junto con la transmutación de la vieja disciplina histórica de lo social, en poco o nada ha favorecido un mejor conocimiento de la historia del comunismo. Y ello a pesar de haberse proclamado en incontable ocasiones su derrota definitiva tras la caída de los mal llamados países socialistas. No han faltado los libros negros del comunismo ni las más desmedidas posiciones revisionistas.[11] Además, bajo el triunfo histórico del modelo liberal pronto se aventurarían el fin de las ideologías, el fin del trabajo, el fin de la historia y hasta el propio fin de las utopías.[12] Ciertamente muchas cuestiones han cambiado, entre ellas la clásica cuestión social, otras en cambio no.[13] Entre las cuestiones que han permanecido se encuentra, precisamente, el primer y último motivo por el que decenas de comunistas a escala internacional lucharon: el modelo capitalista de producción. De modo que, mientras la explotación siga siendo el eje sobre el que gira el funcionamiento de la economía mundial, el motor de la historia seguirá su marcha mal que les pese a quienes con desmesurada alegría proclamaron el fin de la lucha de clases.
Por lo demás, otros tantos ejemplos vinculados a las luchas y manifestaciones encabezadas por diferentes organizaciones políticas, sindicales u de otro tipo, podrían citarse de cara a verificar el escaso peso que hoy ocupan los que fueron en su día los llamados sujetos revolucionarios y/o de cambio de la contemporaneidad.[14] En nuestro caso concreto, el descrédito de la historia en torno al comunismo ha terminado por convertirse en uno más de los lugares comunes que pueblan nuestra historiografía. No ha sucedido así con otros aspectos más amables, o –dicho sea de paso– más minoritarios política y organizativamente, relacionados con la oposición antifranquista. Pocos, muy pocos, sujetos históricos de nuestra reciente historia comparten con el PCE tan privilegiado lugar, si exceptuamos la izquierda radical y las organizaciones que optaron por la lucha armada.[15] No se pretende llevar a cabo aquí ningún tipo de sesuda deliberación sobre las causas que se encuentran detrás de este fenómeno académico y político, pero sí de constatar que sobre esta historia se ha tupido una velada sombra.
En esta no fácil coyuntura, a la altura del año 2002, ante la más que probada constatación de la marginación que el PCE como sujeto político e histórico sufría en la mayoría de las investigaciones y publicaciones auspiciadas desde ámbitos académicos, la FIM decidió dar un nuevo impulso a los estudios en torno a la historia de esta fuerza política. Para ello la Sección de Historia de esta fundación, lejos de volver a contar exclusivamente con los “de la casa”, lo que probablemente hubiera dado lugar a nuevas versiones de historias oficiales o militantes, organizó una serie de encuentros con un buen número de historiadores y archiveros en los que se fueron articulando ideas, proyectos y métodos de trabajo. Por este camino se fue consolidando un pequeño grupo de trabajo cuyo objetivo no era otro que la renovación e impulso de los estudios históricos que, de manera rigurosa, nos ayudaran a entender mejor la historia de la organización y de sus militantes. Frente a una historiografía plagada de lagunas, tanto cronológicas como temáticas, y caracterizada a menudo por visiones ensayísticas excesivamente militantes o sectarias, se esbozó, entonces, la necesidad de contribuir a la normalización de su tratamiento historiográfico sobre bases metodológicas serias y solventes.
La primera tarea a llevar adelante en esta dirección fue la de examinar los obstáculos y los problemas que habían entorpecido esta labor durante décadas, y que procedían tanto de las filas comunistas como de las antípodas de éstas.
No partíamos de cero, pero tampoco de una trayectoria investigadora consolidada. Prácticamente había que comenzar desde los cimientos mismos. En todo caso, para esta labor contábamos, entre otras, con las aportaciones realizadas por David Ginard y Francisco Erice.[16] En ellas se evidenciaba en primera instancia cómo en aquel momento, el “viejo patriotismo” del partido podía darse por superado. Lejanos quedaban ahora los intentos de la organización de crear un relato a modo de historia oficial con una importante carga hagiográfica y notable escasez de análisis crítico.[17] Sin embargo, como cualquier entidad que permanece en el tiempo, el PCE había procedido como un actor de conmemoración que utiliza el pasado en busca de su propia legitimidad política actual. Como es lógico, nuestro punto de partida era radicalmente diferente: evitar cualquier uso puramente instrumental del pasado. Sin apenas tradición en torno a los usos públicos de la historia se iniciaba una clara ruptura con la forma de proceder por parte de la organización en cuanto a sus políticas de rememoración.[18] Conclusión: el legado de la historia del comunismo español no podía siguiendo siendo una mera sucesión de celebraciones y recordatorios de aniversarios, conmemoraciones o de hechos relevantes que poco podían aportar más allá la reafirmación de su propia identidad.[19]
Además de los relatos impulsados desde esferas comunistas o cercanas a éstas,[20] contábamos con una proliferación de visiones ensayísticas que tenían en común un anticomunismo militante. Muchas procedían de posiciones abiertamente franquistas,[21] mientras que otras –la mayoría– venían de la mano de antiguos militantes o de “comunistas disidentes”.[22] El resultado de la “abundancia” de este tipo de estudios fue que la historia oculta del PCE, la de sus enfrentamientos internos, disidencias, escisiones, purgas… era la menos oculta de todas las facetas de su pasado.[23] Por aquí tampoco podía esperarse encontrar caminos de aproximación hacia la normalización de esta historiografía, si exceptuamos la parcial valía de muchas de las memorias que militantes, dirigentes o compañeros de viaje habían venido publicando.
En el plano opuesto a lo hecho desde las filas comunistas o anticomunistas, debía de situarse la historiografía científica proveniente del mundo académico o universitario. Varias son las etapas que hay que diferenciar. Hasta hace relativamente pocos años, los estudios procedentes del ámbito de la investigación académica que tenían por objeto el pasado del comunismo español eran del todo escasos y aislados entre sí. David Ginard ha enunciado algunos de los posibles motivos de este vacío, entre los que estaría la dificultad añadida a la hora de investigar una organización que ha estado la mayor parte de su historia en la clandestinidad, con la consiguiente desorganización, dispersión e incluso destrucción de los documentos que generaba. A lo que se agregaba un hecho no menor: la situación de “retraso” de las líneas de investigación con respecto a sus congéneres europeos, que desde hacia tiempo se había encargado de profundizar en la historia de sus respectivos partidos comunistas. De modo que cuando en España comenzaban a surgir tibios movimientos para reexaminar la historia política del comunismo, en Francia o en Italia, o en el siempre específico caso británico, se había dado un salto delante de cara a historiar la fisionomía y naturaleza de un movimiento político tan peculiar como es el comunismo desde otros presupuestos. A saber: una historia social del comunismo a la que pronto se sumarían nuevos enfoques como el cultural o inclusive el antropológico.[24]
Por obvio que resulte señalarlo, las herencias del franquismo han pesado mucho. Todavía más: siguen pesando demasiado en una universidad que, a pesar de sus sucesivas renovaciones generacionales, mucho se ha resguardado de que en sus departamentos las líneas de investigación más innovadoras, críticas o simplemente disidentes pudieran alcanzar cierto peso. Puede resultar demagógico e incluso poco prudente achacar todas las responsabilidades de la escasa presencia de la historia del PCE a nivel social e historiográfico a un régimen político acabado o en términos más grandilocuentes a la academia. Ahora bien, difícilmente se podrá negar que bajo el falso discurso de la ortodoxia académica y de la falsa ideología de la objetividad, buena parte del gremio ha contribuido con evidente entusiasmo a la elaboración de una narración dominante que comparte, por lo demás, con el relato hegemónico patrocinado por las instituciones públicas, un claro interés por ofrecer un discurso de rostro afable y populista sobre el pasado más reciente. Relatos en donde los numerosos conflictos políticos y obreros, los episodios de lucha de clases o la violencia terrorista de Estado no tienen cabida.[25] Con razón se ha hablado de la construcción de una narración única con pretensiones de hegemonizar una verdad institucional o si prefiere oficiosa. Y no sólo, pues si este discurso ha tenido un efecto colateral ha sido el de crear un «nuevo panteón» de los padres/fundadores del actual régimen convertido en poco tiempo en un “santoral laico”,[26] vinieran éstos del anterior régimen, de sus proximidades (con pasados en muchas ocasiones con escasa raigambre democrática) o en el mejor de los casos provenientes de la oposición democrática. Aquí el PCE ha tenido un cupo limitado pero de peso. Nos encontramos, pues, ante la “invención de una tradición democrática”.[27]
Ante esta construcción institucional-académica desde hace más de una década mucho se ha hablado de las políticas de la no memoria.[28] En cambio, en pocas ocasiones se ha indagado por el claro contenido de clase de esta meta-narrativa. En este espacio es donde, precisamente, han de situarse los alcances y limitaciones por los que ha transcurrido ya no la historia del PCE sino de la izquierda política transformadora y de clase. Con todo, lentamente se va rompiendo si bien no con un supuesto manto de silencio de la transición a la democracia, sí con lo que bien podría calificarse como los relatos, las narraciones y la memoria de la impunidad franquista. Pues si existe un elemento que recorre todas y cada una de las voces heterodoxas es la denuncia del “modelo de impunidad del franquismo”. Asunto éste fundamental para llegar a comprender la ausencia de una revisión integral del pasado sin apriorismos previos.
En todo caso, la cuestión es otra. A la par que han ido presentándose sucesivos contra-discursos que han chocado frontalmente con los principios de realidad en los que estaba instalada la ciudadanía, se ha ido abriendo una grieta, todavía pequeña, que progresivamente está modificando nuestra visión sobre este mismo periodo histórico. Y ahí, y no en otro lugar, es donde ha aparecido un conflicto político en donde la historia y los historiadores mucho tienen que decir. Pues mal casa la construcción de una historia desde arriba con lo que nos indica los principales episodios de lucha que protagonizó la izquierda política y sindical. Lo hemos remarcado en numerosas ocasiones y volvemos a insistir en este aspecto. Las batallas por la historia, los conflictos por la memoria colectiva y social, forman parte de los mecanismos políticos, ideológicos y culturales vinculados a alcanzar o mantener una hegemonía política dentro de un Estado marcadamente de clase. “El poder controla todavía el pasado de manera mucho más activa y directa. Funda su práctica política, su decisión, sus opciones en el pasado, sobre todo el más reciente […]. Se trata de una ‘historia inmediata’ del estado», concluyó el siempre magistral Jean Chesneaux.[29]
Retomemos el asunto. Así pues, salvo contadas excepciones publicadas a finales de los años setenta del siglo XX que trataban de aspectos relativos a los primeros años de vida del comunismo en España desde un enfoque estrictamente político-organizativo,[30] no será hasta principios de la siguiente década cuando aparezcan los primeros, aunque todavía muy escasos y centrados en parcelas muy concretas, trabajos solventes llevados a cabo desde la metodología propia de la ciencia histórica.[31] Sin embargo, como ha señalado de nuevo David Ginard todavía en la década de los ochenta, la historia del comunismo se seguía moviendo “entre el periodismo de investigación y la historiografía”.[32] Prueba de ello es la difusión que tuvieron libros como los firmados por Pedro Vega y Peru Erroteta –Los herejes del PCE–[33] o el volumen de Gregorio Morán –Miseria y grandeza del Partido Comunista de España– empleando, aunque no citando, por vez primera las fuentes disponibles en el Archivo Histórico del PCE. De hecho se trata, a buen seguro, del libro más conocido sobre la historia de esta organización política.[34] En esta tesitura, habría que esperar, por tanto, a la última década del siglo pasado para asistir definitivamente al abordaje desde criterios científicos de la historia del comunismo en nuestro país. Muchos fueron los títulos publicados en esos años y los siguientes sobre aspectos concretos de la historia de esta fuerza política –represión, exilio, movimiento guerrillero, clandestinidad, política y acción sindical, resistencia y militancia femenina…–.[35] Que algo estaba cambiando lo vino a demostrar un conjunto de obras que son de obligada cita, tanto por su calidad como por su pretensión de abarcar casi todo el periodo y aspectos de la vida del comunismo. Entre las que se encuentran los estudios territoriales de Galicia por Víctor Santidrián, fruto de su tesis doctoral –Historia do PCE en Galicia– así como el volumen coordinado por Francisco Erice para el caso asturiano.[36]
Por lo demás, el panorama historiográfico se ha enriquecido notablemente, a pesar de todas las críticas y elementos de valoración que puedan añadirse, con el denominado proceso de recuperación de la memoria democrática, social y antifascista. Y aquí el PCE, una vez superado los primeros titubeos, ha ido apareciendo sucesivamente en un buen número de obras que se han publicado en los últimos años. Eso sí, parcialmente. Gracias a este singular fenómeno hemos asistido a un auténtico «boom» editorial con lo que de positivo y de negativo siempre trae consigo la proliferación de publicaciones en torno a una misma temática. Un proceso que ha dado como resultado una gran proliferación de libros de memorias no sólo de dirigentes, algo habitual hasta entonces, sino también, y aquí estaba lo más interesante, de cuadros intermedios y militantes de base.[37] En todo caso, el fenómeno llega con notable retraso a España ante las singularidades que han rodeado lo que se ha conocido como el despertar de la memoria. El anonimato, la clandestinidad, en suma, la invisibilidad del militante comunista, a pesar de que con el tiempo se impusiera la progresiva salida pública y la conquista de los espacios de libertad, si bien se constituyeron en una acertada estrategia de supervivencia y de mantenimiento de las estructuras del partido en el franquismo, mucho han pesado estas prácticas de antaño en no pocos militantes.[38] Ahora bien, cuando ha llegado y se ha instalado el fenómeno, él mismo ha cobrado una inusitada fuerza en sus más variadas direcciones. De todas formas, la mayoría de las obras publicadas contienen un importante halo de autojustificación cuando no de hagiografía. A pesar de ello estas memorias nos ayudarán mejor a entender los porqués de la militancia, del sacrificio, de la entrega total o parcial a unos ideales, sus trayectorias vitales.
En este campo, aunque poco atendidas y sobre todo poco escuchadas, las memorias de las militantes comunistas, incluidas aquí las mujeres de preso, no han faltado a la ahora de narrar sus trayectorias personales y políticas. A la doble marginación a la que estuvieron sometidas por el franquismo –como rojas y como mujeres– se sumaría en el tiempo una doble invisibilidad por parte de su partido: la militante y la política. Tanto es así que sus contribuciones prácticamente han pasado sin pena ni gloria tanto dentro de la academia como en el seno de la que fue durante tantos años su organización política. Las que sobrevivieron y resistieron para contarlo –un buen número de ellas pasaría largos años de su vida en las cárceles franquistas–[39] y sobre todo encontraron las fuerzas suficientes en un marco poco propicio para tales aventuras editoriales, nos han legado un importante material tanto de cara a contribuir a una historia social del comunismo como para reconstruir aquellos espacios ocultos de nuestra memoria democrática. De hecho, muchas de ellas se adelantaron al tiempo de la memoria que ahora vivimos. Sus relatos son muy diferentes de los ofrecidos por sus camaradas varones. Su condición femenina en muchos casos sería un serio obstáculo para alcanzar puestos de responsabilidad dentro del Partido. No obstante, estas circunstancias que se encuentran presentes en sus memorias a la larga les permitió afrontar su pasado personal y colectivo desde otros enfoques e intereses. No sólo no se vieron condicionadas por lealtades políticas sino que el papel secundario otorgado a su trabajo, les aportaría otros códigos de referencia de cara a reconstruir sus vidas. Y es que las memorias de las militantes comunistas van adquiriendo un peso fundamental. Pues es a través de ellas en donde encontramos no sólo relatos mucho más humanizados de la militancia comunista sino que aportan la contracara de la clandestinidad: la femenina, la invisible, la silenciada, pero siempre clave para asegurar las estructuras y redes del PCE.[40]
Prácticamente sin darnos cuenta, buena parte de la materia prima para una futura historia social del comunismo se nos iba presentando sin ser muy conscientes de su valía. Todo ello con una nota añadida. Libro tras libro aparecía un elemento común a todos y cada uno de los militantes: el problema de la identidad comunista y sus contornos como factor explicativo, ya no sólo de la militancia en sentido estricto, sino como paso previo al estudio de las subjetividades que comporta la pertenencia a una organización comunista. El problema de la consideración del pasado se volvía más compleja por momentos.
Lo que muy someramente acabamos de describir se constituyó en nuestro punto de partida. A partir de aquí tocaba hacer un inventario de las lagunas existentes. Primero, a pesar de las desigualdades territoriales y temáticas podíamos constatar que se había avanzado mucho en lo que al estudio del PCE como organización se refería, especialmente teniendo en cuenta la frágil situación de partida. Segundo, en lo que respecta a las lagunas temáticas había que sumar la ausencia de enfoques que fueran más allá de los factores estrictamente políticos o institucionales, pues si algo destacaba dentro de este marco limitado eran los estudios sobre la dirigencia comunista. En cambio, el análisis historiográfico de la militancia estaba por hacer prácticamente desde cero. Muy pocas esferas tanto públicas como privadas de la militancia comunista y/o antifranquista, por ejemplo, en las cárceles, en los movimientos sociales, en los centros de trabajo habían sido examinadas detenidamente. Pero no se trataba tan sólo de una cuestión temática. Fallaba el enfoque como hemos remarcado líneas atrás. Y lo que era más grave aún: a pesar de los avances citados que se habían dado desde mediados de la década de los noventa, constatábamos que esas publicaciones apenas habían tenido difusión. El círculo vicioso en torno a la historia del comunismo, y concretamente del PCE, se iba cerrando. Para colmo, si se repasaban las publicaciones más recientes se podía comprobar sin mucho esfuerzo que las fuentes empleadas no diferían en mucho de las procedentes de la década de los ochenta del pasado siglo.[41]
Confirmado el diagnóstico nos correspondía elaborar un conjunto de medidas de cara a lo que posteriormente denominaríamos como la normalización historiográfica de la historia del comunismo. En aquel tiempo comenzaron una serie de encuentros en la sede de la fundación patrocinados por la Sección de Historia de la FIM. Una de las primeras conclusiones a la que se llegó fue la necesidad de organizar un primer simposio sobre la historia del partido que sirviera para tomar el pulso al estado de la investigación. Así surgió la convocatoria del I Congreso sobre la Historia del PCE, 1920-1977, que se celebró en Oviedo en el mes de mayo de 2004.
El I Congreso de Historia del PCE superó las expectativas inicialmente albergadas, tanto en cantidad como en calidad de las aportaciones presentadas.[42] A un buen número de especialistas a los que se les encargaron las respectivas ponencias, se sumó casi un centenar de comunicaciones admitidas por el comité científico del congreso. Entonces, como ahora, tiempos “mucho más que difíciles para el comunismo, cuando todo lo relacionado con él, siquiera tangencialmente, solía ser automáticamente denostado”, como nos recordaba Carmen García en la presentación de las actas –en alusión a la popularmente conocida como resolución europea contra el comunismo– aquel primer encuentro científico se constituyó en un relativo éxito, que sorprendió a propios y a extraños.[43]
Sin embargo, como es lógico, dado su carácter generalista y de estado de la cuestión, este primer encuentro dejaba muchos aspectos fundamentales sin abordar y, sobre todo, no permitió profundizar en períodos y aspectos esenciales para la reconstrucción de la trayectoria histórica del PCE. A cubrir algunos de estos vacíos vinieron a contribuir las Jornadas Académicas desarrolladas en Madrid y Salamanca en 2005 y 2006, centradas respectivamente de manera más monográfica en las Políticas de alianza y estrategias unitarias en la Historia del PCE43[44] y El PCE en la Guerra Civil.
De todas formas, y a pesar de los positivos resultados del I Congreso y de las Jornadas que le siguieron, se constataba, a juicio de quienes en ellas intervinieron, un cierto predominio de las vertientes más relacionadas con el desarrollo general de la historia del PCE como organización y sus líneas políticas básicas, y un menor tratamiento de los aspectos sociales y culturales de la historia de los comunistas. Este sesgo temático, resultado de la necesidad de poner al día los estudios especializados debía ser corregido en el futuro.
2. RAZONES DE UN II CONGRESO DE HISTORIA DEL PCE[45]
El primer y más difícil paso estaba dado. No obstante, un sinfín de problemáticas, temáticas y sujetos históricos desplazados de los relatos históricos mayoritarios esperaban tras la puerta de la normalización historiográfica de la historia del PCE. De modo que, si bien se había cubierto una primera y necesaria etapa, quedaban por incorporar amplios campos temáticos y nuevas perspectivas metodológicas propias de las corrientes historiográficas más recientes. La necesidad de apostar por una historia social del comunismo cobraba fuerza. Algunos caminos de aproximación se habían venido ensayando con mayor o menor éxito. Ahí estaban estudios como los de Carmen Cebrián para el caso catalán –Estimat PSUC– o el firmado por Antonio Lardín i Oliver –Obrers Comunistes– entre otros muchos que aparecían en los últimos años.[46] Es más, si se quería superar los estrechos marcos de una historia política al uso, asociada en la práctica al estudio de las ideas y de la sociología electoral y en donde los intentos de renovación no terminaban por consolidarse, al enfoque estrictamente social debía añadírsele una perspectiva metodológica interdisciplinar.
La apuesta por una historia social –esa vieja disciplina histórica del pasado siglo XX que nació con la intención de reconstruir y resituar el protagonismo de los excluidos de los relatos– se convertía en parte de la solución pero también en parte del problema. Poco queda de su época dorada como siempre nos advierte el propio Eric Hobsbawm.[47] El choque entre la concepción más clásica y los interminables intentos de renovación se terminó por convertir en una constante en el seno de la disciplina. Ninguno de los actores pretendía renunciar a su posición de partida. Mientras tanto, mediada la década de los ochenta, la historia social iniciaba la senda de institucionalización como una disciplina académica más.
Es lugar común remarcar las aportaciones de la historiografía británica, precisamente de la mano de historiadores marxistas como E. P. Thompson, o de la francesa en el mismo seno de la escuela de Annales en la década de los años setenta.[48]
No es para menos. Aunque desde aquel momento la proliferación de nuevas empresas historiográficas del más variado pelaje no han dejado de sucederse, no es sólo que sus propuestas y demandas sigan vigentes, sino que siguen marcando buena parte de la agenda de la historia social. Desde presupuestos de partida y caminos diferentes,“el giro cultural” tomaría forma y contenido. La perspectiva socioeconómica empezó a conjugarse con la cultural: el sujeto, el grupo, las redes sociales, la comunidad…,fueron ganando peso en el seno de la historia social y, por tanto, en la del movimiento obrero. Se otorgaba una mayor autonomía a la cultura, a la que se atribuía un papel activo en la conformación de la identidad. El resultado de esta renovación es que esta nueva historia social pareció alejarse a pasos agigantados de los postulados asociados al marxismo, que tanta influencia ejercieron en los orígenes de la disciplina. Abandonada la linealidad y refutadas las ideas y planteamientos de progreso, mecanicismo y determinismo, la historia social en su conjunto desplazaría sus focos de interés hacia las formas de vida de los trabajadores, las manifestaciones culturales populares, los mitos y símbolos del movimiento, los espacios de sociabilidad obreros… Interesaban menos el movimiento obrero como sujeto histórico y la clase obrera como sujeto político, y más los trabajadores como los otros pequeños grandes protagonistas de los acontecimientos de la historia contemporánea.[49] Y en ello está todavía buena parte de la historiografía social que no se ha dejado arrastrar por los sucesivos planes renove de la disciplina.
En esta tesitura, los enfoques socio-culturales vendrían a poner algo de orden y concierto ante una historia social que no sólo había pecado en ocasiones de militante sino que reducía su contenido a las cuestiones estrictamente superestructurales y en el que el protagonismo del movimiento obrero y de la clase obrera había terminado por imposibilitar un mayor y mejor conocimiento de la sociedad a otros niveles. No obstante, y como previamente había sucedido con el antaño sujeto de la historia, la clase obrera, el énfasis en la cultura como emergente categoría histórica cobraría una sobredimensionada atención hasta el punto de que por el camino se dejaran apartados los puntos más originales de la historiografía social: el conflicto y la centralidad de las relaciones capital-trabajo entre otras muchas cuestiones.
En paralelo, el avance desestructurador del posmodernismo vino para quedarse a través de los enfoques post-sociales.[50] Las resistencias fueron menos de las esperadas. A pesar de que sus conceptualizaciones y propuestas metodológicas no resisten el menor de los análisis críticos, la ideologización del lenguaje como categoría histórica única y exclusiva en su versión menos extrema hace cada día más patente el serio riesgo de una ruptura epistemológica. La sacralización del discurso y el texto –útiles para aproximarnos a la realidad y protegernos de lecturas anacrónicas, pero insuficientes para conocer lo que esté más allá de las «prácticas discursivas» de los humanos–[51] se ha constituido en la bandera de enganche de los autodenominados historiadores postsociales. Aunque todavía está por ver en cómo se traduce en la práctica la citada apuesta metodológica.[52] Llueve sobre mojado. El cuestionamiento frontal en torno a las bases esenciales del conocimiento histórico no es nuevo. Eso sí, una nueva ideología totalizadora se aproxima a toda prisa como ha destacado Manuel Pérez Ledesma: “los sujetos volvieron a perder protagonismo e importancia a favor de un nuevo determinismo: […] el de las estructuras lingüísticas, que venía a sustituir la vieja determinación por las estructuras sociales”.[53]
A través de este proceso de rápida e inestable modernización de la historia social se ha querido borrar de un plumazo toda una tradición investigadora que realizó ímprobos esfuerzos en dotar a las líneas de investigación de un constructo instrumental que devendría, en breve, en central. Visto con el paso del tiempo es cierto que la historia social clásica, vinculada o no a la historiografía del movimiento obrero, cometió sus excesos a la par que por este camino llegó a anquilosar su objeto de estudio. Sin embargo, contenía una transformación de análisis crítico y valorativo que se ha perdido. Un contenido crítico que estaba en relación con el momento político y social por el que el país atravesaba. Pero no sólo eso. De aquel periodo salieron contribuciones historiográficas de enorme valor y que aún hoy son consideradas referencias obligadas. Y lo que es más importante: abrieron nuevos y novedosos campos de investigación que hasta el momento habían estado vetados. Tanto la historia del movimiento obrero y la de su compañera inseparable, la clase obrera, como los estudios sobre las transiciones del feudalismo y el capitalismo, de las desigualdades sociales… fueron parte de algunas de las muchas temáticas que vinieron a arrojar frescura en el seno de una universidad profundamente reaccionaria.[54] El cambio de correlación de fuerzas, de hecho, se hizo evidente, como demostró el lugar privilegiado que llegó a ocupar la historiografía obrerista de la mano de Manuel Tuñón de Lara.[55]
De todas formas, pronto se impondría un giro brusco. Un giro en donde tuvo mucho peso la nueva situación política tras la llegada al gobierno del partido socialista, el final de ciclo de luchas de la transición posfranquista y aquello que se ha conocido como el desencanto en sus más variadas expresiones y manifestaciones.[56] A esto se sumó la crisis estructural del pensamiento y filosofía marxista, que en todo caso tuvo una limitada influencia en España.[57] Por esta senda, pronto aparecerían con fuerza las primeras voces reclamando una revisión de lo hecho hasta el momento. El descrédito de la historiografía social clásica y obrerista comenzaba a andar. A su vez, la efímera correlación de fuerzas alcanzada comenzaba a modificarse.
Tanto la historia en torno a la segunda ruptura a partir del manifiesto de Manuel Pérez Ledesma y José Álvarez Junco como los sucesivos encuentros patrocinados por la Fundación Instituto de Historia Social son lo suficientemente conocidos para no insistir sobre los mismos.[58] Por el contrario, con demasiada ligereza se ha pasado sobre los efectos reales de la crisis de la historia social. Veamos: a pesar del avance atronador de la renovación de la disciplina, junto con la catástasis colectiva que la acompañó, no terminaron por asentar ninguna nueva escuela historiográfica definida o líneas de investigación que hayan contado con cierta continuidad. Probablemente no fueran sus objetivos prioritarios.[59] Que la concepción de la historia social ha cambiado es un hecho irrefutable, y esto lo demuestra la mala prensa que acecha sobre los que han reivindicado el clásico legado de la historia social.[60] Un repaso por la agenda investigadora que ha copado los principales encuentros científicos del país también certifica lo anterior.[61]
De hecho, como apunta Xavier Domènech, si atendemos a la “financiación de líneas de investigación, los intereses editoriales y el ojo público” no hay duda de que la historiografía del movimiento obrero quedó relegada a un segundo plano. Ahora bien, aunque el movimiento obrero, junto con sus contornos más próximos, como objeto de estudio había perdido gran parte de su protagonismo de antaño, otra cosa es que estuviera definitivamente derrotado.[62] Si dejamos aparte modas y giros, la proclamación de nuevas líneas de investigación y toda la publicidad que las ha acompañado, lo cierto es que sería desde los años noventa, y no antes, cuando en mayor número y calidad ha ido apareciendo una infinidad de obras en torno a la historia del movimiento obrero y los movimientos de resistencia y de lucha que encabezaron la oposición antifranquista. Otra cuestión muy diferente es que hayan contado con el beneplácito de los departamentos de historia contemporánea que por aquellas alturas estaban enfrascados en otras tareas. Este conjunto de obras, una tras otra, modificó de manera sigilosa ciertas percepciones mayoritarias en torno a nuestro pasado traumático.[63] Sin duda esta paradoja tardó en advertirse pero ahí estaba. Cuando la historia social más tradicional se había considerado felizmente superada, el numeroso corpus bibliográfico existente venía a demostrar una realidad contraria.
Los historiadores sociales, más o menos clásicos, habían emprendido una travesía por el desierto en donde renovaron enfoques, conceptos y líneas de trabajo, y lo que no es menos importante resistieron mejor de lo estimado la embestida neoliberal de los noventa.[64] Evidentemente no han vuelto a ocupar aquellos lugares predominantes de la historiografía como así sucedió mediada la década de los setenta ni es previsible, en el medio o largo, que se repita esta circunstancia. No obstante, si una característica define a este conjunto de obras que partieron de unos presupuestos similares, en tanto los originales interrogantes de la historia social no habían sido resueltos de forma satisfactoria, es que: “ha sido a partir de ell[as] donde las interpretaciones más usuales de la transición han mostrado sus mayores insuficiencias”.[65] Contribuyendo, por lo demás, a construir una explicación alternativa a la narración única hegemónica que va más allá de atribuir todo el protagonismo del cambio político a unas determinadas élites económicas y políticas.[66]
Este poder de convocatoria que sigue conservando la historiografía social de tintes clásicos tiene mucho que ver con una silenciosa resistencia a muchas de las innovaciones surgidas en torno a la disciplina en las últimas décadas. Probablemente ninguno de los protagonistas de los principales cambios de nuestra historiografía se hubiera podido imaginar, tras giros y más giros, rupturas y más rupturas, crisis y más crisis, que en la actualidad una vuelta a la historia social primigenia cada día cobre más necesidad ante los hechos constatados. Y, sin embargo, no deja de ser curioso que el proyecto programático de buena parte de los historiadores sociales no haya dejado de tener como punto de partida las críticas surgidas en los años setenta frente a la historia social escolástica. De cualquier forma, nuestra disciplina, y sus principales representantes, se tomaron muy en serio la modernización de la historiografía, hasta el punto de que quisieron ir más allá de la simple adaptación de las nuevas líneas de investigación. La innovación disciplinar, hasta entonces considerada como algo foráneo, se asentó en el panorama historiográfico español en una sucesiva reformulación de nuevas teorías y enfoques hasta la actual situación de desconcierto e indefinición. En cierta medida, se quisieron quemar una serie de etapas previas, sin antes responder a lo que fueron las cuestiones doctrinales de las nuevas propuestas de entender y hacer la nueva historia social.
La situación entre las diferentes lecturas y enfoques dista de poder ser incluso tildada de optimista. Ninguna de las posiciones en juego enfrentadas está por la labor de ceder en los que consideran sus respectivos territorios. No han faltado llamadas al diálogo entre las diferentes tradiciones historiográficas. La mayoría de ellas con resultados funestos cuando no contradictorios.[67] No obstante, las huidas hacia adelante no evitarán que, a corto o medio plazo, el conflicto surja. El enfrentamiento está servido. Pues difícilmente es viable un debate historiográfico con aquellos que cuestionan las propias bases del conocimiento histórico. Por tanto, no debería resultar llamativo que con la llegada de nuevos invitados bajo estos ropajes los mismos no fueran bienvenidos. Tampoco debería resultar extraño que quienes se preocupan por la historia social (clásica o menos clásica o si se prefiere también cultural, sin el apéndice de lo «nuevo» o el correspondiente «post») recelen, y tengan que volver a recordar unas viejas reglas del juego de obligado cumplimiento para el acceso a la primera categoría historiográfica. De hecho, en las circunstancias actuales, aunque esta visión pudiera parecer conservadora o defensiva –o peyorativamente materialista– difícilmente puede ser entendida como tal, si por conservador se entiende el considerar a la historia como “la estricta aplicación de un modo de análisis teóricamente elaborado a la más compleja de las materias de las ciencias: las relaciones entre los hombres y las modalidades de sus cambios”.[68] No se trata de conservar o defender determinadas parcelas del conocimiento histórico por intereses gremiales o específicamente espurios. Si hoy existe una ofensiva y/o reacción contra determinadas innovadoras propuestas es porque las mismas presentan la posibilidad de disolver lo que es propio de la historia en simples categorías del lenguaje sin mayor proyección epistemológica.
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Frente a todos los atropellos por los que la Historia como ciencia del conocimiento ha pasado en las últimas décadas, se impone atender a lo que el mismo Eric Hobsbawm en su “Manifiesto por la renovación de la Historia” demandó: reconstruir un “frente de la razón” que recogiera lo más útil de la tradición de la historia económica y social y de la nueva historia social o historia cultural. Todo ello con el objetivo de caminar hacia una necesaria convergencia entre distintas propuestas metodológicas que, además, nos ayudara a combatir los “bloqueos [que] obedecen a la negativa a admitir que existe una realidad objetiva, y no construida por el observador con fines diversos y cambiantes, o al hecho de sostener que somos incapaces de superar los límites del lenguaje”. Este frente común debiera basarse en la idea de que “[l]as fuerzas materiales y culturales y las relaciones de producción son inseparables; son las actividades de hombres y mujeres que construyen su propia historia, pero no en el ‘vacío’, no afuera de la vida material, ni afuera de su pasado histórico”.[69]
Lo decíamos unas líneas más atrás: la apuesta por una historia social del comunismo formaba parte tanto del problema como de la solución. Visto lo visto, nos correspondía, ahora sí, concretar una estrategia investigadora con la que afrontar el que se convertiría en el II Congreso de Historia del PCE.
Cubierta, a grandes trazos, la primera etapa de la normalización historiográfica del objeto de estudio era el momento y el lugar para internarse en la otra cara de la historia del comunismo. A saber: la protagonizada por sus militantes. Si el PCE ha sido denominado como el «partido del antifranquismo» se debía, en primer lugar, a su capital humano.[70] A esto se sumaba una cuestión no menor: a pesar de su protagonismo en los resultados finales de la transición, el papel de la militancia comunista había sido relegado de los relatos institucionales y académicos como previamente se ha advertido. Entonces, ¿qué hacer? Sencillo, lo primero, resituar el enfoque: historia desde abajo y con los de abajo.
Sentadas estas bases, lo que se nos aparecía era un universo de temáticas que hasta el momento no había recibido, en el mejor de los casos, la atención suficiente: la vivencia personal y colectiva de la militancia, su cotidianidad, su memoria e identidad(es), los espacios de sociabilidad, su imbricación y participación en el desarrollo de los nuevos movimientos sociales, el papel de las mujeres, tanto las militantes convencidas como las que veían sus vidas condicionadas por su relación con comunistas….
A partir de este planteamiento inicial, el comité científico del congreso decidió estructurar el contenido del mismo sobre varios ejes. Veámoslos uno a uno. Un papel fundamental habría de tenerlo el estudio de las identidades y culturas militantes que convivieron en el seno de la organización. Se buscaba, primero, indagar en los orígenes sociales de una organización en la que los obreros fueron perdiendo su absoluta hegemonía –aunque siempre conservarían una presencia mayoritaria– conforme evolucionó el antifranquismo; segundo, rastrear la diversidad de caminos y multitud de experiencias que llevaron a miles de personas a acercarse a un movimiento demonizado por el franquismo; tercero, analizar las transmisiones e interrupciones de experiencias entre sucesivas generaciones de militancias y la pluralidad de motivaciones o trayectorias militantes; y en cuarto lugar, preguntar sobre la pervivencia y desarrollo de los espacios vitales de los comunistas en el campo de las creencias, de sus símbolos, mitos e imaginarios colectivos. En la misma línea, deseábamos explorar, más allá de tópicos manidos y fáciles clichés, el imaginario comunista, sus lugares comunes, la imagen que los propios militantes tenían del partido, de sus líderes y de la militancia e igualmente la imagen que pretendían transmitir en la hermética sociedad franquista.
El estudio de la identidad comunista cobraba una potencialidad extraordinaria. Pues en ella encontrábamos un buen número de los factores que ayudaban a explicar los porqués de la movilización y la lucha de miles de anónimos comunistas, que terminarían por conquistar la hegemonía política y social en la lucha contra el régimen.
Otro campo de indudable interés era el destinado a conocer la relación de los comunistas con la sociedad que pretendían subvertir. La temática era prácticamente inabarcable: desde su papel en el movimiento obrero más allá de las líneas políticas y estrategias formuladas y definidas por la dirigencia del interior y del exterior, pasando por las prácticas sociales que generaban, junto con las formas de acción colectiva impulsadas por los trabajadores comunistas, hasta su proyección en torno a las nuevas formas del movimiento reivindicativo y su contribución a la reconstrucción y el desarrollo de un sindicalismo de nuevo tipo eran algunos de sus campos a estudiar. Por otro lado, y en relación con lo anterior, la apuesta del PCE por organizar y ser protagonista de la movilización política, social y obrera, planteaba numerosos interrogantes. Por ejemplo, los de conocer la participación e incidencia que tuvo la militancia comunista en la articulación y desarrollo de los nuevos movimientos sociales. A su vez, la militancia comunista no formaba un bloque monolítico. Antes al contrario, la pluralidad de “culturas militantes” y los problemas estratégicos e ideológicos acarreados en la concreción de un proyecto político que pretendía ser hegemónico conllevaron numerosas contradicciones. De hecho, la propia estrategia promovida por los y las comunistas, cuyos resultados, más allá de los réditos que el Partido pudo obtener –en cuanto a crecimiento o implantación social se refiere– tuvieron una dimensión interclasista y transversal en el momento que consiguieron –a través de la lucha en las fábricas, en las calles, en las universidades, en los barrios– que amplios colectivos sociales –trabajadores, estudiantes, grupos feministas, de profesionales….– vieran apoyadas sus demandas básicas, tanto en materia de libertades como de avances en la consecución de derechos económicos, sociales y culturales. Experiencia de participación y compromiso para decenas de miles de ciudadanos y trabajadores que llevó –y este sí era el verdadero objetivo del PCE– a la aparición y extensión de una «cultura democrática» que hizo posible la deslegitimación de la dictadura y la imposibilidad de su continuidad tras la muerte del dictador.
Otra línea de trabajo estaba destinada a abordar el papel de las comunistas y la relación del partido con las mujeres. El comité científico decidió que el tema debía de tratarse de forma específica. La decisión, no exenta de polémica, se justificaba por la débil situación en la que, salvo excepciones,[71] la historia del comunismo se encontraba desde las perspectivas de género. Al tratarlo como un bloque independiente pretendíamos impulsar la atención y el interés por este aspecto, desde el convencimiento de que es del todo imposible contar con una historia del comunismo sin tener en cuenta el papel desarrollado por las mujeres, ya fuera desde los márgenes de la organización –a través del apoyo individual o colectivo, mediante organizaciones y redes de apoyo, por ejemplo, el Movimiento Democrático de Mujeres– o desde la actividad y militancia en el interior de la organización. Por lo demás, el diagnóstico era común con respecto al resto de las organizaciones de la izquierda antifranquista: la infravaloración del papel militante femenino frente a la masculinidad predominante.[72] Las posibilidades de estos enfoques abarcaban desde las propuestas que la dirección diseñaba para tratar de incorporar las mujeres a la lucha política y la visión del papel que les correspondería dentro de la misma, al análisis de prácticas reales –y sus eventuales contradicciones con la línea oficial– que iban de las actividades resistenciales, propias de las primeras décadas, al despliegue del protagonismo femenino en campos muy diversos y la incorporación de las nuevas ideas feministas en la etapa final de la dictadura y la transición.
Un cuarto y último eje, que no recibió tanta atención como deseábamos, era el destinado al proyecto cultural de los comunistas y al papel de los intelectuales. Un campo fértil de investigación si pretendemos llevar adelante una historia social integral de los comunistas. Por una parte, las distintas experiencias de proyección del mensaje y la ideología comunista y de la política del PCE hacia los intelectuales, con algunos antecedentes importantes en la época de la II República y la Guerra Civil, y especialmente ricas e intensas desde la década de 1950. Por la otra, el papel de los intelectuales comunistas en la literatura, el pensamiento, en las artes plásticas y las ciencias sociales. Sin olvidar los diferentes procesos de auto-representación y de generación de un conjunto de tareas que los intelectuales debían de llevar adelante en el seno de una organización comunista.
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En definitiva lo que perseguíamos era y es en palabras de Josep Fontana recogidas en este volumen, “reconstruir la historia, no de la organización del PCE tal como nos las han contado en sus memorias sus dirigentes, sino algo muy distinto y mucho más importante: la historia de los comunistas y de su lucha contra el franquismo”. Pero la empresa no era fácil. Sin duda era todo un reto, en cuanto significaba adelantarse a los propios ritmos que ha marcado la historiografía interesada por el comunismo, y precisaba, por tanto, un considerable esfuerzo investigador por parte de los ponentes a los que se le encargaron los estudios que aquí presentamos. Evidentemente, el producto difiere, en alguna medida, de los pretenciosos objetivos iniciales, no obstante, pensamos que el trabajo colectivo que aquí se presenta es de suficiente calado y un alto grado de innovación. Si esto es así o no, y en qué medida se han cubierto las expresadas pretensiones, sólo los lectores y el tiempo lo dirán.
[1] BUENO LLUCH, Manuel y GÁLVEZ BIESCA, Sergio: “Por una historia social del comunismo. Notas de aproximación”. En BUENO, Manuel y GÁLVEZ, Sergio (coords.): Políticas de alianza y estrategias unitarias en la historia del PCE. Madrid, Papeles de la FIM, Nº 24, Fundación de Investigaciones Marxistas, 2006, pp. 9-39[2] VÁZQUEZ MONTALBÁN, Manuel, “Nosotros los comunistas”, en Miguel NÚÑEZ, La revolución y el deseo. Memorias, Barcelona, Península, 2002, pp. 9-10.[3] Ibídem, pp. 14-15. Y añadía a continuación: “Aquella militancia hizo de las cárceles universidades en las que nadie concedía el título de Doctor pero todos cuando pasamos por ellas somos conscientes de que buena parte de lo que sabemos lo aprendimos entre muros que invitaban a imaginar toda clase paisajes prohibidos.” Ibídem.[4] Ibídem, p. 18.[5] Ibídem, p. 19.[6] Ibídem, p. 20.[7] Ibídem, p. 12.[8] TÉBAR, Javier, “Contraindicaciones de la ‘política de la victoria’. Notes sobre repressió i identitat de la militància obrera dels anys seixanta”, en Pelai PAGÈS (dir.), Franquisme i repressió: la repressió franquista als països catalans (1939-1975), València, Universitat de València, 2004, pp. 273-294.[9] ROSA, Isaac, «Un relato del pasado que condiciona el presente», en Manel RISQUES, Ricard VINYES y Antoni MARÍ (dirs.), En Transición, Barcelona, Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona / Dirección de Comunicación de la Diputación de Barcelona, 2008, p. 195.[10] Los resultados de estas jornadas fueron reeditados hace unos años por la FIM en: Juan TRIAS VEJARANO (coord.), Contribuciones a la historia del PCE, Madrid, Fundación de Investigaciones Marxistas, 2004.[11] El caso más conocido es sin duda la obra firmada por Stéphane COURTOIS (ed.), El libro negro del comunismo: crímenes, terror, represión, Barcelona, Planeta, 1998. Un libro que suscitó airadas críticas y contestaciones que terminarían por desacreditarlo sucesivamente. Entre otras, RODAS, Ignacio, La gran mentira del Libro negro del comunismo: respuesta marxista al libelo falsificador de los sres. Vyshinsky-Courtois y cía, Barcelona, Ediciones Curso, 2001; PERRAULT, Gilles, El libro negro del capitalismo, Tafalla, Txalaparta, 2005–. Revisionismos más o menos elaborados para todos los públicos en torno a la historia del comunismo no han faltado. En esta línea, una última aportación de cierto interés en, SERVICE, Robert, Camaradas. Breve historia del comunismo, Barcelona, Ediciones B, 2009. Por último, y tras los complicados años noventa, Francisco FERNÁNDEZ BUEY no dudó en calificar como una contribución para un futuro libro blanco del comunismo en el siglo XX, las memorias de la dirigente y militante comunista italiana Rossana ROSSANDA –La muchacha del siglo pasado, Madrid, Foca, 2008– en, “Para el libro blanco del comunismo en el siglo XX (Rossana Rossanda, La muchacha del siglo pasado)”, Pasajes, 27 (2008).[12] Véase, en este sentido, el alegato y defensa contra la oleada neoliberal de, FONTANA, Josep, La historia después de la historia: reflexiones acerca de la situación actual de la ciencia histórica, Barcelona, Crítica, 1992; y por otro lado, FERNÁNDEZ BUEY, Francisco, Utopías e ilusiones naturales, Barcelona, El Viejo Topo, 2007.[13] Véase la obra clave de, CASTEL, Robert, Las metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado, Buenos Aires, Paidós, 2004.[14] Dos extraordinarios libros de la colección Akal. Cuestiones de antagonismo han dedicado parte de su atención a la cuestión mencionada: SILVER, Berverly J., Fuerzas de trabajo. Los movimientos obreros y la globalización desde 1870, Madrid, Akal, 2005; BOLTANSKI, Luc y CHIAPELLO, Ève, El nuevo espíritu del capitalismo, Madrid, Akal, 2002.[15] Ejemplo de ello, dejando de lado la historia de ETA, es el caso de la izquierda radical en España cuyo balance bibliográfico es exiguo como lo certifica que sus principales referencias fueran publicadas a mediados de los años noventa: LAIZ, Consuelo, La lucha final. Los partidos de la izquierda radical durante la transición española, Madrid, Los Libros de la Catarata, 1995; José Manuel ROCA (ed.), El proyecto radical. Auge y declive de la izquierda revolucionaria en España (1964-1992), Madrid, Los Libros de la Catarata, 1994. Otro tanto se puede decir de cara a las organizaciones armadas de izquierda durante el franquismo en donde el caso del FRAP es quizás el más significativo de todos ellos. Véase al respecto, DOMÍNGUEZ RAMA, Ana, “Orígenes y conformación del Partido Comunista de España (marxista-leninista)”, en Manuel BUENO (coord.), Comunicaciones del II Congreso de historia del PCE: de la resistencia antifranquista a la creación de IU. Un enfoque Social, Madrid, Fundación de Investigaciones Marsistas, 2007 [CD-ROM], y en concreto el trabajo de investigación inédito, DOMÍNGUEZ RAMA, Ana, La ‘guerra popular’ en la oposición al franquismo. El Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (F.R.A.P.), trabajo de tercer ciclo, Universidad Complutense, 2006.[16] ERICE, Francisco, «Tras el derrumbe del muro: un balance de los estudios recientes sobre el comunismo en España», Ayer, 48 (2002), pp. 315-330; GINARD i FÉRON, David, «Aproximación a la bibliografía general sobre la historia del movimiento comunista en el Estado español», en Francisco ERICE (coord.), Los comunistas en Asturias, 1920-1982, Gijón, Trea, 1996, pp. 27-37. De este último historiador véase asimismo, «La investigación histórica sobre el PCE: desde sus inicios a la normalización historiográfica», en Manuel BUENO, José HINOJOSA y Carmen GARCÍA (coords.), Historia del PCE. I Congreso 1920-1977, II vols., Madrid, Fundación de Investigaciones Marxistas, 2007, vol. I, pp. 19-48. Posteriormente, una modesta aportación por parte de los autores de esta introducción en: BUENO, Manuel y GÁLVEZ, Sergio, “Un paso más en el proceso de ‘normalización historiográfica’ de la historia del PCE”, Cuadernos de Historia Contemporánea, 27 (2005), pp. 317-322.[17] Los ejemplos más conocidos de estos intentos por establecer un relato a modo de historia oficial tuvieron lugar en la década de los sesenta del pasado siglo y vinieron redactados de la mano de comisiones de dirigentes –sin participación de historiadores– y designadas por el Comité Central del PCE: IBÁRRURI, Dolores [et al.], Historia del Partido Comunista de España (versión abreviada), París, Éditions Sociales, 1960; Comisión presidida por Dolores IBÁRRURI e integrada por Manuel AZCÁRATE [et al.], Guerra y Revolución en España 1936-1939, III vols., Moscú, Ediciones Progreso, 1966-1977. De hecho, si atendemos a la cantidad de libros de historia que firmó Dolores Ibárruri, La Pasionaria, estaríamos probablemente ante uno de los autores más prolíficos del siglo XX. No fue así evidentemente.[18] Véanse los trabajos contenidos en, Ignacio PEIRÓ (ed.), La(s) Responsabilidad(es) del Historiador. Dossier monográfico, Alcores. Revista de Historia Contemporánea, 1 (2006). Por lo demás, las conclusiones y enseñanzas del debate entre Jürgen HABERMAS –“Del uso público de la historia. La quiebra de la visión oficial de la República Federal de Alemania”, Pasajes, 24 (2007), pp. 77-84– y Incola GALLERANO –“Historia y uso público de la historia”, Pasajes, 24 (2007), pp. 87-97– apenas han tenido difusión en España más allá de las citas de rigor.[19] Un ejemplo de lo que acabamos de señalar puede verse en, GÁLVEZ, Sergio, «El Partido», en FUNDACIÓN DE INVESTIGACIONES MARXISTAS (ed.), 30º Aniversario de la Legalización del PCE, Madrid, Fundación de Investigaciones Marxistas, 2007 [CD-ROM], entre otros textos allí publicados.[20] Referencias básicas en, IBÁRRURI, Dolores, Memorias de Pasionaria, 1939-1977. Me faltaba España, Barcelona, Planeta, 1984; AZCÁRATE, Manuel, Derrotas y esperanzas: la república, la guerra civil y la resistencia, Barcelona, Tusquets, 1994; id., Luchas y transiciones: memorias de un viaje por el ocaso del comunismo, Madrid, Aguilar, 1994; LÓPEZ RAIMUNDO, Gregorio, Primera clandestinidad. Memorias, II vols., Barcelona, Antártica / Empuréis, 1993-1995; id., Para la historia del PSUC: la salida a la superficie y la conquista de la democracia, Barcelona, Península, 2006; FALCÓN, Irene, Asalto a los cielos. Mi vida junto a Pasionaria, Madrid, Temas de Hoy, 1996; SÁNCHEZ MONTERO, Simón, Camino de Libertad. Memorias, Madrid, Temas de Hoy, 1997; o la del propio, CARRILLO, Santiago, Memorias, Barcelona, Planeta, 2008 [1993]. Por lo que se refiere al género biográfico destacan los estudios en torno a La Pasionaria. A reseñar: VÁZQUEZ MONTALBÁN, Manuel, Pasionaria y los siete enanitos, Barcelona, Planeta, 1995; CRUZ, Rafael, Pasionaria. Dolores Ibárruri, historia y símbolo, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999; o AVILÉS, Juan, La mujer y el mito. Pasionaria, Barcelona, Plaza & Janes, 2005.[21] Como las realizadas por miembros de las fuerzas de seguridad franquista que contaron para tan magna labor con prolífica documentación de origen policial y militar que todavía hoy en base a la Ley de Secretos Oficiales –Ley 9/1968, de 5 de abril, reguladora de los Secretos Oficiales, aunque la misma sería modificada al principio de la transición a la democracia– no puede ser consultada, en su mayoría, por los investigadores y ciudadanos. Las más destacadas son la monumental obra del comisario de la Brigada Político-Social y propagandista franquista, Eduardo COMÍN COLOMER –Historia del Partido Comunista de España, III vols., Madrid, Editorial Nacional, 1967– o la del teniente coronel de la Guardia Civil, Ángel RUIZ AYUCAR –El Partido Comunista: treinta y siete años de clandestinidad, Madrid, San Martín, 1976–. Obras todas ellas que contarán con la financiación estatal y gubernamental necesaria de la mano de algunos de los hoy considerados padres de la patria.[22] Entre otras, SEMPRÚN, Jorge, Autobiografía de Federico Sánchez, Barcelona, Planeta, 1977; LISTER, Enrique, Memorias de un luchador: los primeros combates, Madrid, G. del Toro, 1977; id., Nuestra guerra: memorias de un luchador, [Guadalajara], Silente, S. L., 2007. Recordando por lo demás aquí obras como las de, MAURÍN, Joaquín, Polémica Maurín-Carrillo: problemas de la unificación revolucionaria, Barcelona, José J. de Olañeta, 1978; CLAUDÍN, Fernando, Santiago Carrillo. Crónica de un secretario general, Barcelona, Planeta, 1983; LISTER, Enrique, Así destruyó Carrillo el PCE, Barcelona, Planeta, 1983.[23] En este campo fecunda ha sido la labor de, ESTRUCH, Joan, Historia del PCE, 1920-1939, Barcelona, El Viejo Topo, 1979, con prólogo de Fernando Claudín; o, id., Historia oculta del PCE, Madrid, Temas de Hoy, 2000.[24] Remitimos para los casos francés e italiano a las fuentes secundarias referenciadas por David Ginard, Xavier Domènech y Francisco Erice en sus respectivos trabajos en este volumen colectivo. Ahora bien, para el caso británico véanse las reflexiones de hondo calado contenidas en, HOBSBAWM, Eric, «Communism in Britain», London Review of Books, 20 (8) (2007), pp. 23-25. Un trabajo bibliográfico en donde el historiador marxista examinaba con cierto optimismo el nuevo interés despertado en torno a una historia del comunismo que había ya dejado atrás los modelos canónicos de las décadas sesenta y setenta. Entre los títulos allí señalados y que tuvieron un efecto revulsivo a posteriori, véanse: SAMUEL, Raphael, The lost world of British Communism, London, Verso, 2006; MORGAN, Kevin, COHEN, Gidon y FLINN, Andrew, Communist and british society, 1920-1921, London, Rivers Oram, 2007; y, MORGAN, Kevin, Bolshevism and the British left. Part one. Labour legends and russian gold, London, Lawrence & Wishart, 2006. De igual forma, el partido comunista británico cuenta con una larga tradición investigadora que ha generado un impresionante volumen bibliográfico y en donde ha de destacarse, sin ánimo ni posibilidad de exhaustividad, la obra en varios volúmenes de James KLUGMANN, Noreen BRANSON, John CALLAGHAN y Geoff ANDREWS, History of the Communist Party of Great Britain, London, Lawrence & Wishart, 1968-2004.[25] Sobre esta compleja cuestión nos remitimos a, GÁLVEZ, Sergio, «Presentación. La ‘memoria democrática’ como conflicto», Sergio GÁLVEZ (coord.), La memoria como conflicto. Memoria e historia de la Guerra Civil y el Franquismo. Número monográfico Entelequia. Revista Interdisciplinar, 7 (2008), pp. 1-53 [www.eumed.net/entelequia].[26] CHIRBES, Rafael, «De qué memoria hablamos», en Carme MOLINERO (ed.), La transición, treinta años después, Barcelona, Península, 2006, pp. 238-239.[27] Para el caso concreto que nos ocupa, PÉREZ DÍAZ, Víctor, «La emergencia de la España democrática», en La primacía de la sociedad civil: el proceso de formación de la España democrática, Madrid, Alianza, 1994, pp. 15-73. Igualmente consúltense, Eric HOBSBAWM y Terence RANGER (eds.), La invención de la tradición, Barcelona, Crítica, 2002; y, FONTANA, Josep, La historia de los hombres: el siglo XX, Barcelona, Crítica, 2002.[28] Entre los cientos de títulos publicados tan sólo en el último lustro existe un conjunto de referencias obligatorias o cuando menos de aconsejable lectura: Ricard VINYES (ed.), El estado y la memoria: gobiernos y ciudadanos frente a los traumas de la historia, Barcelona, RBA, 2009; o Julio ARÓSTEGUI y Sergio GÁLVEZ (eds.), Generaciones y memoria de la represión franquista, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2010.[29] CHESNEAUX, Jean, ¿Hacemos tabla rasa del pasado? A propósito de la historia y de los historiadores, Madrid, Siglo XXI, 1984, p. 33.[30] A modo de ejemplo: MARTÍN RAMOS, José Luis, Els origens del partit socialista unificat de Catalunya (1930-1936), Barcelona, Curial, 1977 –del mismo autor véase, Rojos contra Franco. Historia del PSUC, 1939-1947, Barcelona, Edhasa, 2002–; VINYES, Ricard, La formación de las Juventudes Socialistas Unificadas, Madrid, Siglo XXI, 1978 –léase también, DOMÈNECH, Xavier, Temps d’interseccions. La Joventut Comunista de Catalunya (1970-1980), Barcelona, Fundació Ferrer i Guardia, 2008–; o JULIÁ, Santos, La izquierda del PSOE (1935-1936), Madrid, Siglo XXI, 1977.[31] Como el de, HEINE, Hartmut, La oposición política al franquismo. De 1939 a 1952, Barcelona, Crítica, 1983; o el de, CRUZ, Rafael, El Partido Comunista de España en la II República, Barcelona, Alianza, 1987.[32] GINARD, David, «La investigación histórica sobre el PCE: desde sus orígenes a la normalización historiográfica», en Manuel BUENO, José HINOJOSA y Carmen GARCÍA (coords.), Historia del PCE…, op.cit., vol. I., pp. 38-40.[33] VEGA, Pedro y ERROTETA, Peru, Los herejes del PCE, Barcelona, Planeta, 1982.[34] MORÁN, Gregorio, Miseria y grandeza del Partido Comunista de España 1939-1985, Barcelona, Planeta, 1986.[35] En primer lugar, nos volvemos a remitir a, ERICE, Francisco, «Tras el derrumbe…», op.cit.; y GINARD, David, “La investigación histórica sobre el PCE: desde sus orígenes a la normalización historiográfica”, en Manuel BUENO, José HINOJOSA y Carmen GARCÍA (coords.), Historia del PCE…, op.cit., vol. I. Y en segundo término nos remitimos a la compilación de la bibliografía empleada por los autores del libro que figura en el anexo final del presente volumen.[36] SANTIDRIÁN ARIAS, Víctor, Historia do PCE en Galicia (1920-1968), A Coruña, Edicios do
Castro, 2002; y Francisco ERICE (coord.), Los comunistas en…, op.cit..
[37] Entre otras muchas véanse, HORMIGO, José, Tiempos difíciles: memorias de un trabajador, Sevilla, Librería Andaluza, 1999; PARÍS, Carlos, Memorias sobre medio siglo. De la Contrarreforma a Internet, Madrid, Península, 2006; GARCÍA CONTRERAS, Rafael, Susurros de libertad: memorias de Ricardo García Contreras, Córdoba, Punto Reklamo, 2008; BARROS FERNÁNDEZ, Manuel, O rapas da aldea. Memorias dun traballador (1918-1976), Santiago de Compostela, Fundación 10 de Marzo / Consellería de Traballo da Xunta de Galicia / Red de Archivos e Investigadores de la Escritura Popular, 2008, edición ao coidado de Begoña Méndez Vázquez e Víctor Manuel Santidrián Arias; ARIAS, José, Memorias de José Arias ¿Mis “pecados”? Santiago de Compostela, Fundación 10 de Marzo / Consellería de Traballo / Red de Archivos e Investigadores de la Escritura Popular, 2008, edición a cargo de Daniel Lanero.[38] Muy diferente situación atravesaron los militantes del PCF o del PCI como ha traído a colación recientemente Mauro Boarrelli: «Nel primo decennio del dopoguerra, il Partito comunista italiano obbligava i suoi militanti a narrare pubblicamente oppure a scrivere la propria autobiografia. Molto spesso li sollecitava a entrambe le forme di racconto». BOARRELLI, Mauro, La fabbrica del passato. Autobiografie di militanti comunista (1945-1956), Milano, Feltrinelli, 2007, p. 7.[39] CUEVAS, Tomasa, Testimonios de mujeres en las cárceles franquistas, Huesca, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2004 [1985/1986].[40] Entre las primeras obras publicadas es de justicia destacar las siguientes, DOÑA, Juana, Desde la noche y la niebla (Mujeres en las cárceles franquistas), Madrid, Ediciones de la Torre, 1978; CASTRO, Nieves, Una vida para un ideal: recuerdos de una militante comunista, Madrid, Ediciones de la Torre, 1981, teniendo muy presente además las aportaciones de otras presas políticas con las que compartieron experiencias carcelarias. Como es el caso de, NÚÑEZ, Mercedes, Cárcel de Ventas, París, Éditions de la Librarie du Globle, 1967. En los siguientes años en forma de goteo se han venido sucediendo no sólo la publicación de nuevas memorias sino sobre todo estudios sobre militantes y dirigentes comunistas, aunque no siempre desde la óptica historiográfica. Algunas de estas contribuciones en: GARCÍA, Consuelo, Las cárceles de Soledad Real, Barcelona, Alfaguara, 1983; ARNAIZ, Aurora, Retrato hablado de Luisa Julián. Memorias de una guerra, Madrid, Compañía Literaria, 1996; CALCERRADA BRAVO, Justo y ORTIZ MATEOS, Antonio, Julia Manzanal “Comisario Chico”, Madrid, Fundación Domingo Malagón, 2001; HERNÁNDEZ HOLGADO, Fernando, Soledad Real, Madrid, Ediciones del Orto, 2001; SENDER BEGUÉ, Rosalía, Nos quitaron la miel. Memorias de una luchadora antifranquista, Valencia, Universidad de Valencia, 2004; o FONSECA, Carlos, Rosario dinamitera: Una mujer en el frente, Madrid, Temas de Hoy, 2006.[41] Un dato que no debe pasar desapercibido: todavía en las comunicaciones presentadas al I Congreso de Historia del PCE en 2004, el libro más citado por los investigadores era el de, MORÁN, Gregorio, Miseria y grandeza…, op.cit., con sus dos décadas de publicación a cuesta.[42] Todas las ponencias y comunicaciones admitidas al congreso en, Manuel BUENO, José HINOJOSA y Carmen GARCÍA (coords.), Historia del PCE…, op.cit., vol. I. y vol. II.[43] Carmen García nos recordaba en la introducción a la publicación en papel de las actas del I Congreso de Historia del PCE –GARCÍA, Carmen, “Introducción”, en Manuel BUENO, José HINOJOSA y Carmen GARCÍA (coords.), Historia del PCE…, op.cit., vol. I., pp. 13-16– que apenas año y medio después la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa aprobó por mayoría, a propuesta del Partido Popular Europeo, una resolución titulada “Necesidad de una condena internacional de los crímenes de los regímenes comunistas totalitarios”. Tras advertir en el punto 6º que “los partidos comunistas son legales y todavía activos en ciertos países”, concluía en el punto 45º que “la ideología comunista, por todas partes y en cada época cuando ha sido puesta en ejecución, esté en Europa o en otro lugar, siempre acabó con un terrorismo masivo, crímenes y violaciones de los derechos del hombre a gran escala”. Véase, COUNCIL OF EUROPE PARLIAMENTARY ASSEMBLY, “Need for international condemnation of crimes of totalitarian communist regimes”, Doc. 10765 rev., 16 December 2005. No deje de observarse que la única referencia bibliográfica de aquella resolución empleada era la de, Stépanhe COURTOIS (ed.), El libro negro del…, op.cit..[44] Manuel BUENO y Sergio GÁLVEZ (coords.), Políticas de alianza y estrategias unitarias en la Historia del PCE. Dossier monográfico Papeles de la FIM, 24 (2006).[45] Un primer y provisional balance de aquel congreso en, BUENO, Manuel y GÁLVEZ Sergio, «Reflexiones en torno a la ‘historia social del comunismo español’ como objeto de estudio historiográfico. A propósito del II Congreso de Historia del PCE: de la resistencia antifranquista a la creación de IU. Un enfoque social», Cuadernos de Historia Contemporánea, 30 (2008), pp. 406-413.[46] CEBRIÁN, Carme, Estimat PSUC, Barcelona, Empúries, 1997; LARDÍN i OLIVER, Antoni, Obrers comunistes. El PSUC a les empreses catalanes durant el primer franquisme (1939-1959), Barcelona, Cossetània Edicions, 2008. Asimismo véanse, HERNÁNDEZ CASADO, Fernando, Comunistas sin partido: Jesús Hernández. Ministro de la Guerra Civil, disidente en el exilio, Madrid, Raíces, 2007; Giame PALA (ed.), El PSU de Catalunya, 70 anys de lluita per socialismo. Materials per a la història, Barcelona, Associació Catalana d’Investigacions Marxistes / Ediciones de Intervención Cultural, 2008. Lo anterior no significa, en cambio, que no exista una abundantísima bibliografía sobre la militancia obrera vinculada en su mayoría a las Comisiones Obreras. Un reciente estado de la cuestión en, GÁLVEZ, Sergio, Delincuentes políticos, II vols., Madrid, Fundación de Investigaciones Marxistas, [en prensa] vol.II, Obreros, militantes y dirigentes sindicales en el Madrid del último franquismo (1964-1977).[47] HOBSBAWM, Eric J., «¿Adiós al movimiento obrero clásico?», en Política para una izquierda racional, Barcelona, Crítica, 2000, pp. 156-167.[48] De Edward P. Thompson deben recordarse, entre otras muchas, las siguientes obras: The Making of the English Working Class, New York, Vingate Books, 1963 [traducción en castellano, La formación histórica de la clase obrera: Inglaterra (1780-1832), II vols., Barcelona, Laia, 1977]; Tradición, revuelta y conciencia de clase, Barcelona, Crítica, 1989; o sin ir más lejos, Miseria de la teoría, Barcelona, Crítica, 1981.[49] Una excelente síntesis de lo que se significó para la historiografía el «giro cultural» puede consultarse en FONTANA, Josep, La historia de…, op.cit., pp. 285-307. Premonitorio en este sentido fueron un conjunto de trabajos encabezados por, TILLY, Charles, TILLY, Louise y TILLY, Richard, The Rebellious Century, 1830-1930, Cambridge / Massachusetts, Harvard University Press, 1975 [traducción en castellano, El siglo rebelde, 1830-1930, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 1997]; RUDE, George, La multitud en la historia: los disturbios populares en Francia e Inglaterra 1730-1848, Madrid, Siglo XXI, 1979. O más recientemente la reedición en castellano de la obra, WILLIS, Paul E., Aprendiendo a trabajar: cómo los chicos de la clase obrera consiguen trabajos de la clase obrera, Madrid, Akal, 2005. Sin olvidar el ya clásico libro de, HOBSBAWM, Eric, Trabajadores. Estudios de historia de la clase obrera, Barcelona, Crítica, 1979.[50] Lecturas críticas en, POSTER, Mark, Critical Theory and Poststructuralism: In Search of a Context, London, Cornell Universty Press, 1989; JAMESON, Frederic, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Barcelona, Paidós, 1991; y EAGLETON, Terry, The Illusions of Postmodernism, Oxford, Wiley / Blackwell, 1996. Para el caso español véanse dos enfoques diametralmente opuestos en, CASANOVA, Julián, «Introducción», pp. 3-6; y, CABRERA, Miguel Ángel, «El debate postmoderno sobre el conocimiento histórico y su repercusión en España», pp. 141-164, ambos incluidos en el dossier «Ficción, verdad, Historia», Historia Social, 50 (2004).[51] FONTANA, Josep, Historia de…, op.cit., pp. 286-307. Véase aquí el muy interesante balance presentado por, PIQUERAS, José A., «El dilema Robinson y las tribulaciones de los historiadores sociales», Historia Social, 60 (2008), pp. 59-89, en el número conmemorativo del veinte aniversario de la revista Historia Social en donde además aparecieron otras valiosas reflexiones al respecto.[52] Los historiadores post-sociales han sido prolíficos en teorizar en torno al asunto, pero en muy pocas ocasiones su propuesta metodológica ha sido llevada a la práctica. Véanse, primero, las siguientes aproximaciones: CABRERA, Miguel Ángel, Postsocial History. An Introduction, Oxford, Lexington Books, 2004; Miguel Ángel CABRERA (ed.), Más allá de la historia social. Dossier monográfico Ayer, 62 (2006); o los trabajos contenidos en, Mª Teresa ORTEGA LÓPEZ (coord.), Por una historia global: el debate historiográfico en los últimos tiempos, Granada, Universidad de Granada / Prensas Universitarias de Zaragoza, 2007. En lo que se refiere a la puesta en práctica del aparato teórico su último intento está contenido en, CABRERA Miguel Ángel, DIVASSÓN, Blanca y FELIPE, Jesús de, “Historia del movimiento obrero. ¿Una nueva ruptura?”, en Mónica BURGUERA y Christopher SCHMIDTNOVARA (eds.), Historias de España contemporánea. Cambio social y giro cultural, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2008, pp. 45-80. Nos remitimos para su valoración a la crítica suficientemente explícita de, PÉREZ LEDESMA, Manuel, “Historia social e Historia cultural (sobre algunas publicaciones recientes)”, en Julio ARÓSTEGUI, José SÁNCHEZ JIMÉNEZ (eds.) y Sergio GÁLVEZ (coord.), Manuel Tuñón de Lara, diez años después. La huella de un legado. Dossier monográfico Cuadernos de Historia Contemporánea, 30 (2008), pp. 227-248.[53] Ibídem, pp. 238-239.[54] Un actualizado estado de la cuestión en, GÁLVEZ, Sergio, «La ‘extraña’ derrota del movimiento obrero», en Sergio GÁLVEZ (coord.), La clase trabajadora, después del Estatuto de los Trabajadores y sus reformas. Dossier monográfico Papeles de la FIM, 26/27 (2008), pp. 83-116.[55] Por modelo canónico se entendió y se pretendió a su vez convertir la obra central de Manuel TUÑÓN DE LARA, El movimiento obrero en la historia de España, II vols., Barcelona, Laia, 1977 [1972].[56] Primero, VEGA, Rubén, “Cortocircuitos de la memoria. Acerca de un proyecto de conmemoración”, Sociología del Trabajo, 50 (2003/2004), pp. 83-110; para lo segundo, CASTILLO, Juan José, La soledad del trabajador globalizado: memoria, presente y futuro, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2009; y para el tercero de los temas señalados: VILARÓS, Teresa M., El mono del desencanto: una crítica cultural de la transición española (1973-1993), Madrid, Siglo XXI, 1998; y, VIDAL-BENEYTO, José, Memoria democrática, Madrid, Foca, 2007.[57] “Es cierto que el marxismo logró posiciones de prestigio –nunca a salvo del fuego de fusilería desus adversarios– y durante un tiempo influyó en la agenda de la historia social […]. No conocemos,sin embargo, focos duraderos o irreductibles de irradiación marxista –historiográfica, se entiende–en las universidades occidentales, conservadas a buen recaudo por las escuelas tradicionales”.PIQUERAS, José A., «El dilema de…», op.cit., p. 68.[58] ÁLVAREZ JUNCO, José y PÉREZ LEDESMA, Manuel, «Historia del movimiento obrero ¿Una segunda ruptura?», Revista de Occidente, 12 (1982), pp. 19-42. Muy significativo en este sentido fueron las aportaciones recogidas en el también célebre dossier de la revista Debats, 2/3 (1982), pp. 89-136, dedicado a los Movimientos Sociales y coordinado por Javier Paniagua. Una revisión sobre el significado de esta “segunda ruptura” un cuarto de siglo después en, BARRIO ALONSO, Ángeles, «Clase obrera y movimiento obrero: ¿Dos compañeros inseparables?», en Julio ARÓSTEGUI, José SÁNCHEZ JIMÉNEZ (eds.) y Sergio GÁLVEZ (coord.), Manuel Tuñón de Lara…, op.cit., pp. 83-104.[59] Retratos y estados de la cuestión sobre las consecuencias de la “crisis” de la historiografía obrerista en esta última década: FORCADELL, Carlos, «Sindicalismo y movimiento obrero: La recuperación historiográfica de las clases trabajadoras», en Manuel ORTIZ HERAS, David RUIZ y Isidro SÁNCHEZ (coords.), Movimientos sociales y estado en la España contemporánea, Cuenca, Universidad Castilla-La Mancha, 2001, pp. 243-264; GARCÍA PIÑEIRO, Ramón, “El obrero ya no tiene quien le escriba. La movilización social en el ‘tardofranquismo’ a través de la historiografía más reciente”, Historia del Presente, 1 (2002), pp. 104-116; CABRERA, Miguel Ángel, “Developments in Contemporary Spanish Historiography: From Social History to the New Cultural History”, The Journal of Modern History, LXXVII (4) (2005), pp. 988-1023. Un balance a nivel internacional en, VAN DER LINDEN, Marcel, Historia transnacional del trabajo, Valencia, Centro Francisco Tomás y Valiente UNED / Fundación Instituto de Historia Social, 2006.[60] URÍA, Jorge, “Sociología e historia. Una década de historia social en Sociología del Trabajo”, Sociología del Trabajo, 31 (1997), p. 165.[61] Véase PIQUERAS, José A. y SANZ, Vicent, “The social History of Work in Spain: From the Primitive Accumulation of Knowledge to Offshoring”, International Review of Social History, L (3) (2005), pp. 467-483.[62] DOMÈNECH, Xavier, «Punto de fuga. La historia del movimiento obrero y el tardofranquismo», en GÁLVEZ, Sergio (dir.), Delincuentes políticos, II vols, Madrid, Fundación de Investigaciones Marxistas [en prensa] vol.I, Miradas en torno a la memoria e historia social del nuevo movimiento obrero en Madrid[63] A modo de ejemplo, BALFOUR, Sebastian, La dictadura, los trabajadores y la ciudad. El movimiento obrero en el área metropolitana de Barcelona (1939-1988), València, Alfons el Magnànim, 1994; BABIANO, José, Emigrantes, cronómetros y huelgas. Un estudio sobre el trabajo y los trabajadores durante el franquismo (Madrid, 1951-1977), Madrid, Fundación 1º de Mayo / Siglo XXI, 1995; MOLINERO, Carme e YSÀS, Pere, Productores disciplinados y minorías subversivas. Clase obrera y conflictividad laboral en la España franquista, Madrid, Siglo XXI, 1998, pp. 267-268. Y finalmente Rubén VEGA (coord.), Las huelgas de 1962 en España y su repercusión internacional: el camino que marcaba Asturias. Gijón, Ediciones Tres / Fundación Juan Muñiz Zapico, 2002; id. (coord.), Las huelgas de 1962: hay una luz en Asturias, Oviedo, Ediciones Trea / Fundación Juan Muñiz Zapico, 2002. Y la lista podría seguir…[64] Muy recomendable la lectura en este campo de, HARVEY, David, Breve historia del neoliberalismo, Madrid, Akal, 2007.[65] DOMÈNECH, Xavier, “Punto de fuga. La historia del movimiento obrero y el tardofranquismo”, en Sergio GÁLVEZ (dir.), Delincuentes políticos…, op.cit,. vol.I.[66] Lo que no significa, antes al contrario, que la propia herencia de Juan José Linz –a modo de ejemplo: LINZ, Juan José, «La transición a la democracia en España en perspectiva comparada», en Ramón COTARELO (comp.), Transición política y consolidación democrática. España (1975-1986), Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 1992, pp. 431-459. Sobre la reciente publicación de sus obras completas nos remitimos a la valoración crítica aclaratoria en todos sus extremos de, VIDAL-BENEYTO, José, “Los codiciados frutos del olvido”, El País, 20 de diciembre de 2008– junto con toda la pléyade de literatura historiográfica que ha venido a remarcar el papel de los reformistas del franquismo en la transición, conserve una extraordinaria salud. Dos ejemplos son lo suficientemente aclaratorios para no extendernos más: PALOMARES, Cristina, Sobrevivir después de Franco. Evolución y triunfo del reformismo, 1964- 1977, Madrid, Alianza, 2006. Investigadora quien ya en la propia introducción plantea las bases de su idealizada transición: “La voluntad del rey de cometer una reforma integral del régimen franquista y su deseo de no oponerse a la inminente llegada de la participación popular fueron, sin duda, algunos de los factores fundamentales que hicieron posible el éxito de un proceso de transición a la democracia que se caracterizó por su moderación”, p. 19. Adjudicando al final de su obra a “[l]os políticos moderados que formaban parte del régimen de Franco […] [el] factor esencial para el éxito de la transición democrática en España”, p. 301; y finalmente, JULIÁ, Santos, «Lo que a los reformistas debe la democracia española», Revista de Libros, 139-140 (2008), pp. 3-5.[67] Probablemente el ejemplo más significativo en este sentido haya sido la propuesta de, ELEY, Geoff y NIELD, Keith, The future of the class in history: what’s left of the social? Michigan, University of Michigan Press, 2007, quienes en un intento por restituir y dignificar el concepto de la clase social por la senda historiográfica han tratado de lograr la cuadratura del círculo: por un lado, han querido “re-materializar” la historia social al mismo tiempo que han querido conceder “audiencia” a las teorías posmodernas. Una propuesta teórica que ha recibido no pocas críticas como la formulada por, SANGSTER, Joan, «Historia Social», Historia Social, 60 (2008), pp. 213-224.[68] VILAR, Pierre, Historia marxista, historia en construcción. Ensayo de diálogo con Althusser, 2ª ed., Barcelona, Anagrama, 1975, p. 7.[69] HOBSBAWM, Eric, “El desafío de la razón: Manifiesto para la renovación de la historia”, Polis: revista académica de la Universidad Bolivariana, 11 (2005). La llamada a la razón tuvo su antecedente en el caso español más pronto: FORCADELL, Carlos, “Sindicalismo y movimiento obrero: La recuperación historiográfica de las clases trabajadoras”, en Manuel ORTIZ HERAS, David, RUIZ y ISIDRO SÁNCHEZ, Isidro (Coords.), Movimientos sociales y…, op.cit., pp. 263-264.[70] MOLINERO, Carme e YSÀS, Pere, «El partido del antifranquismo (1956-1977)», en Manuel BUENO, José HINOJOSA y Carmen GARCÍA (coords.), Historia del PCE…, op.cit., vol. II, pp. 13-32.[71] Remitimos a la bibliografía empleada por Claudia Cabrero e Irene Abad en sus respectivos trabajos del presente volumen[72] Dos recientes volúmenes de enorme interés en, José BABIANO (ed.), Del Hogar a la huelga. Trabajo, género y movimiento obrero durante el franquismo, Madrid, Fundación 1º de Mayo / Los Libros de la Catarata, 2008; y, Carmen MARTÍNEZ TEN, Pilar GONZÁLEZ RUIZ, y Purificación GUTIÉRREZ LÓPEZ (eds.), El movimiento feminista en España en los años 70, Madrid, Cátedra, 2009.

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